domingo, agosto 23

El disparo


No es que sea experto en esto pero digamos que lo he hecho muchas veces. Me gusta observar a la víctima, seguir sus movimientos como sutil espectador, observarlo en su mundo lleno de ingenuidad y falsa certeza de que todo va a seguir igual, jugando a la inmortalidad. Son completamente inocentes, nunca esperan lo que va a venir después. Me gusta sentir el arma en mi mano, ligera y suave, imaginar que es una parte más de mi joven cuerpo. La cambio de mano, la levanto y doy vuelta, como si fuera un juguete más. Después examino las municiones que previamente puse en fila encima de la mesa. Están allí, quietas, inertes, pero de un momento a otro pasarán a ser fugaces, agresivas, hasta que cumplan con su cometido estrellándose en la cabeza del escogido. Finalmente contemplo el lugar, siento la ligereza del aire, el transitar incesante del sol, las caras de la gente que azarosamente se encuentran allí.

Esta vez el tipo es cercano mío, digamos que somos amigos. Hemos sido compañeros desde siempre, entramos el mismo año y compartimos gran parte del día a día juntos. El escenario será nuestra sala de clases, el lugar donde nos conocimos. No tengo ninguna motivación especial para hacer esto, simplemente me divierto. ¿Miedo a las consecuencias? No. Me he acostumbrado al castigo, al encierro, ha ser apartado y marginado.

Llega el momento, pongo la munición dentro del arma que luego sostengo con mis dos manos mientras miro a la víctima, mi amigo. Relajo mis brazos y doy un respiro profundo. Entonces percuto el tiro. Observo lentamente como el proyectil rompe el aire mientras va certero hacia su objetivo. Finalmente se estrella frontal contra la cabeza de mi compañero que con una mueca horrible en su cara mira hacia todos lados buscando al culpable mientras lleva su mano hacia el sector del impacto. Entonces viene lo de siempre. Me hago el inocente pero para todos es evidente mi culpabilidad en los hechos. Me sacan de la sala y me encierran en otra. Allí tengo que esperar a la encargada de juzgarme mientras pasan horas que parecen días. Finalmente la directora de mi colegio entra a su oficina mientras hurgueteo con mi mano en mis bolsillos. Tengo algunas bolitas de papel mojado con saliva y el arma, un tubo de lápiz bic listo para cuando salga de aquí, para seguirles disparando a mis compañeros del cuarto básico.


Pequeño regalo de cumpleaños, un cuento corto y no tan bueno para un tremendo compañero y gran amigo, con el que desde Kinder hemos compartido el mismo camino. Y agradecimientos para él, porque sin saberlo, fue ideólogo de todo esto. Salud.