sábado, septiembre 26

Vine a buscarte
























El tic tac del reloj se combinaba con el silencio transformándose en un retumbar estremecedor. Llevo días aquí, postrada a esta cama esperando que pase el tiempo, mi tiempo. Mis hijas creen que no doy me cuenta pero basta ver sus ojos, cansados y gastados de tanto llorar para saberlo. No se puede engañar a una madre. Y si, me voy a morir. Los lagartos y culebras que habitan mi interior por fin han vencido. El cáncer y la peritonitis son aliados mortales, secuaces de la muerte cobarde que no se atreve a pararse frente a mí y solo matarme. Querido Juan, ¿Cuánto tiempo llevas allí parado? Que gusto tenerte aquí después de tanto tiempo. La casa estaba sola sin ti, el mate caliente sentada en la cocina mientras caía la tarde no era lo mismo sin ti, la cama parecía un desierto de hielo, el campo entero parecía una ilusión llena de recuerdos, nuestros recuerdos. ¿Vienes a buscarme? Sí, estoy lista. Me gustaría ir contigo, a un lugar como nuestro campo, con arboles infinitos, conejos fugaces, caballos dorados. Tener una nueva casa, como la otra pero restaurada, llena de visitas que vengan a comer cazuela y de niños corriendo. No Juan, no tengo miedo. Hace mucho tiempo que la cobarde muerte me rondaba, y aunque nadie me lo dijo para protegerme, es imposible no sentir se presencia en el corazón cuando esta tan próxima, cuando te huele, cuando te mira, cuando respira con su halito de almas sobre tu oreja. La operación fue solo un trámite, un intento de esperanza, no para mí, sino para las niñas. Si Juan, sé que no puedo llevar nada. Aunque me gustaría ir con mi vestido de flores y ese mate de plata que me regalo una vez ese novio de una de las niñas. ¿Podremos comer chocolates allá? Me gustaría que hubiera un camino, como el de la casa, donde poder sentarme cada atardecer para saludar a los campesinos que pasan y así no sentirme tan sola. Bueno, ahora no estaré más sola, estarás tú. No me preocupan los niños, ya son adultos. Te extrañe tanto. Están tocando la puerta.



Aquí le traigo su comida mamita. ¿Con quién está hablando? No le hace bien hablar sola. ¿Con Juan, con mi papa? Mire no diga tonteras, no ve que por su culpa se me callo la bandeja. Mama, en esa silla no hay nadie. Mi papa murió hace años y ahora descansa en paz. Le digo que no hay nadie. No, no la viene a buscar porque usted está sana ¿Quién le dijo lo del cáncer? Escucha papa, mi mama está sana, la operamos, le sacamos todas las culebras y serpientes, se va a quedar con nosotros. Ve mama, por su culpa parezco loca hablándole a la pared. No me haga llorar. Le voy a buscar otra bandeja y tranquilita, toda va a estar bien.



Bueno Julia, ya me tengo que ir. No, ellas no me pueden ver, aun. Vine a buscarte a ti, a prepararte. Voy a tener la tetera puesta para cuando llegues. Allá no te va a doler mas, las culebras, las serpientes, el cáncer, los dolores, los miedos, todo eso se queda acá. No podí llevar nada. Allá tengo un mate de nubes, y te podemos hacer un vestido de estrellas. No es lo mismo, pero te vaí a ver linda, como cuando te conocí. ¿Te acordaí Julita mía? Tú me miraste con esos ojazos verdes, igualitos al color del pasto cuando recién brota. Entonces nuestro destino estaba sellado. Si, si sé que me fui antes de tiempo y te deje sola, pero no podía hacer nada. Así es la vida, o la muerte mejor dicho. Pero ya nunca más, ahora vamos a estar juntos, para siempre. Me tengo que ir. Te amo Julita. Nos vemos, hasta después.


Y entonces desapareció, mientras el reloj seguia con su frenetico e incesante tic tac.

Y entonces desapareció...Hasta después.