Hoy tuve miedo. Abrí los ojos pero todo parecía oscuro. Estuve acostado un rato, mirado al cielo blanco de mi pieza, que parecía gris. Escuchaba voces, mi familia se levantaba pero a mi llegaban solo murmullos. Pensaba en que no quería levantarme, en que la monotonía de las cosas era un golpe a mis sentidos, que mucho podría intentar mentirme, reír, cantar, hablar, simular pero tu espacio, tu vacio, no lo puedo llenar. Quizás con tiempo, quizás. Enciendo la luz del velador, pero todo parece seguir oscuro. Que frio parece el mundo, que inseguro, que inhóspito. Me gustaría quedarme en mi cama, pero el grito de mi madre me obliga a salir, a despertar.
Luego de eso vendrá lo mismo de siempre, la misma ducha, el frio de siempre, el auto. Mi madre me toma la mano, pero siento un rechazo natural al cariño, una repulsión. Me bajo, y llego a la sala. Los mismo compañeros de siempre, con las caras de mañana que tantas veces he visto. El café que intenta ayudarme a despertar. Luego las clases, millones de cosas, verborrea que entra en mis oídos pero que cada día parece tener menos relevancia. El camino de vuelta, el sol brilla pero parece no calentar, ilumina pero todo parece oscuro. Las flores intentan decirme, susurrarme, que lo bello existe, que ellas están allí. Paso sin mirarlas. Los pájaros se esfuerzan para silbar más fuerte y más dulce a mi paso, silban alegría, pero yo no escucho. Un niño me cruza, me sonríe, me habla, pero yo veo tristeza en el fondo de sus ojos, quizás no es más que el reflejo de los míos.
Llego a mi casa, hago cosas sin importancia, hasta la noche. Donde el vacio vuelve, donde todo parece más oscuro, donde no hay rosas, donde no hay pájaros, donde no hay niños sonrientes. Solo ese vacío, abismal, silencioso. Me duermo pensando, hacia donde ir, que hacer, no importa porque no lo recordare. Al día siguiente el miedo sigue, el frio sigue, la voz de mi madre sigue. Tu pareces ser la única capaz de romper la monotonía, el miedo, los sinsentidos. Podrías hacerlo por mí. Te lo ruego.