viernes, noviembre 13

Improvisación


Una pareja de furtivos amantes tiene sexo culpable en un motel de los suburbios mientras un matrimonio de viejos intenta hacer el amor, o más que eso, recomponerlo. A la vuelta de la esquina, un hombre sentado en un bar después del trabajo mira con la vista perdida la barra, intentando pensar en nada, esperando que el tiempo pase, esperando quedarse allí porque no quiere ver, no quiere mirar la misma cara arrugada de esa que dice ser su esposa, de esos que dicen ser sus hijos, de esa que dice ser su vida. En tanto, en el baño del mismo lugar, una triste joven se corta los brazos y de sus venas no brota sangre, claro que no, brota desesperación, brotan gritos que llaman a alguien, a quien sea. Pero nadie llega. Justo en ese instante, pasa por fuera un borracho que confunde un avión en el cielo con una estrella fugaz, por lo que cierra sus ojos, cruza sus dedos y solo pide un final, triste o feliz, da lo mismo, solo un final. En una casa del mismo barrio, un pecoso colorín golpea el muro con fuerza luego de haber colgado el teléfono, está enfadado consigo mismo, por haber dicho nuevamente un te amo mentiroso, un te amo que ya es doloroso. En ese instante, un compañero de colegio de él, que vive a la vuelta, mira por el espejo a un amigo que ya es algo más que simple amigo, acostado, en su cama, desnudo. Piensa que ese momento es lo único que tienen, nada más. Mientras, la abuela de uno de ellos,no recuerdo de cual, se sienta en su mecedora, fuma un cigarro, mira las flores secas en un florero que no cambia hace años, y que tampoco piensa cambiar, porque el olor a flores recién compradas le recuerda a su viejo, que es un viejo weon, porque se fue antes de tiempo, porque no la espero, porque ahora está sola, mas sola que la cresta, seca como unas flores viejas en un florero sin agua. Entonces, en el hotel de enfrente, una novia, recién casada, tapa a su nuevo esposo mientras mira al techo sin poder dormir. Tiene todo lo que siempre quiz, pero no puede ser feliz, porque no perdona a su padre, porque el viejo caliente la cago hasta el fondo, porque se va a morir por caliente, porque la puta ciencia no avanza, no encuentra curas, no encuentras respuestas, y ella no lo puede perdonar. Un primo de ella, púber todavía, llora en su almohada porque piensa en una niña de su misma edad y piensa que es una puta maraca hija de la gran perra mala mujer de vida fácil por la chucha como se metió con su mejor amigo, como lo hizo, como. En la casa al frente, un tipo con unos ojos maravillosos no puede dormir, porque piensa en lo que vio en la carretera, un pedazo de mierda, de perro, color café claro, que fue lo último que pudo ver vio justo antes de quedarse ciego en el accidente, de entrar en la interminable y puta oscuridad. Entonces, pasa por fuera un niño que camina con prisa, apenas aferrado de la mano de su madre, a la que le pregunta si es bueno llorar. Ella, con los ojos llorosos y la cara morada le responde que no, que los hombres no lloran. Tiempo después, el niño ya no es tan niño y aspira por su nariz luego de haber jalado una línea, mientras una lágrima corre por su mejilla. Se siente mal, no por su vida, no por su soledad, no porque recién le pego a la puta de su novia. No, mas bien, es por la lagrima, es porque los hombres no deben lloran, no deben. Mientras todo esto transcurre en una noche cualquiera, un joven teclea una historia en su computador. Busca algo, un hilo conductor, un sentido último, una esperanza. Pero la noche de Santiago es así, sin sentido, sin hilo conductor, sin esperanza. Pura improvisación.