jueves, marzo 1

Suficiente


Cansado. Cansado de mañanas lentas, de almuerzos satisfechos, de tardes de siesta, de noches de televisión, de madrugadas de cine, amaneceres de esperanza y palabras en papel. Cansado de Facebook, de extrañar a la misma gente, de amar a las mismas mujeres, de fumar los mismos cigarros. Cansado del alcohol para reír o para olvidar, de la droga para la calma, de la literatura para volar, de los viajes para escapar. Cansado de las mismas auto promesas rotas, de la ansiedad por el peso de la nada en la vida por miles de cosas que hacer y casi nada que realmente importe. Cansado de canciones para redescubrir el sentido de la vida y sentirla y de poemas que describen todo palmo a palmo, detalle a detalle, pero solo eso. Cansado de buscar en la pasión de siempre lo que nunca se ha encontrado. Cansado de dormir intentando un descanso que nunca llega. Cansado de conversaciones, de consejos, de retos, de remecidas. Cansado de señales en la calle. Cansado.

Cansado de sobrevivir hasta que un día por fin se vuelve a vivir. ¿Cómo? Simplemente viviendo. Es cosa de respirar, abrir los ojos y salir a caminar.

martes, agosto 16

Nuestra Obra


“Comencé mi comedia siendo yo su único actor y la termino siendo yo su único espectador.”

Antonio Porchia

La lluvia suena, la lluvia es música y escenario. Es música, banda sonora de una historia cíclica y triste cuyo dialogo y parlamento es un silente monologo. Es escenario, lugares repitentes y oscuros por donde se transita circularmente. El personaje principal es uno y el resto son simples proyecciones del mismo. Los espectadores son todos no videntes y siempre exigen la devolución de su dinero (aunque la entrada es gratis) al final de cada función. La temática es redundante: la soledad, puentes que se construyen de un solo lado, castillos sobre arena movediza que se hunden siempre. Algún tiempo creí que el autor era el viejo de arriba y miraba hacia el cielo en días nublados donde uno puede mirar al cielo sin encandilarse para exigir una reescritura. Pero no, la obra siempre fue anónima y nunca fue autoría de nadie y de todos que es casi lo mismo. Y estando sobre las tablas siempre el mismo pensamiento, la misma idea rondando como los planetas giran alrededor del sol hasta quien sabe cuándo. Idea de rebeldía, de revolución, de la posibilidad de otra puerta, otro camino, otra historia. Al rato la desidia, pérdida de fuerza, la displicencia rutinaria que aborta y coarta todo cambio. Y los planetas siguen girando alrededor del sol y la historia sigue tal cual hacia su fin, el fin que tienen historias como estas con la lluvia como música y escenario, con la soledad como temática, con el brillo de la rebeldía apagado ante la desidia, con puentes que son de un solo lado, etc. Y agacho la cabeza, reverencia ante el público que ya se fue hace rato pero que si estuviera lejos de aplaudir irrumpiría con rabia quemándolo todo. Ce finí, the end, final.

Nota al pie: A pesar de todo sigues sentada al final de la sala, escondida entre las sillas rojas, llorando a mas no poder luego de presenciar esta triste obra. ¿Por qué sigues allí? No lo sé pero si me importa. Siempre antes de salir de escenario miro hacia el rincón donde sé que estas. Algún día todo terminara entre aplausos y aunque no vaya a ser así prefiero creerlo. Mientras, el show debe continuar y esta es nuestra obra (al menos hasta que Porchia tenga razón).


miércoles, diciembre 8

No sabe

No sabe cómo ni porque fue. Recuerda que fue un día martes, de diciembre. Las cosas habían llegado a punto crítico, y sentía que la vida golpeaba por todas partes. Y él, aturdido, sin reflejos. La esperanza se esfumaba, el optimismo era un chiste mal gusto, la angustia compañera de los días y la cara triste el único atuendo posible.

No sabe cómo ni porque fue. Quizás fueron las cervezas, algún cigarro diferente, el sonido del charango, los cadillacs sonando en la radio del auto. Tal vez fueron los amigos, el humo del asado envolviéndolo todo, el ron, tal vez el pisco. Quizás fueron las canciones que tocó, las bromas de las que se rió, las fotos que le tomaron. Quizás fue mirando Santiago desde el balcón, cosa que siempre le ha gustado. Quizás fue fumando y tomando solo en una esquina oscura, sin nadie. Quizás fue la conversación con un cubano que le recordó cosas que tenía olvidadas. Quizás fue la conversación de política o quizás fue alguna de sui generis al final de la noche.

No sabe cómo ni porque fue. Pero simplemente, de un momento para otro, volvió a sonreír y dejo todo atrás. Ahora se le puede ver caminando por la calle, feliz.

martes, noviembre 30

El último mes del calendario


Lo tenía pegado en el refrigerador. Era curioso, casi irónico. Porque la gente pega en el refrigerador las buenas noticias, a veces las dietas, algunos pegan fotos de momentos felices, el primer dibujo del hijo pequeño, una buena nota. Pero él tenía eso pegado, como un recordatorio, que veía todos los días antes de salir mientras tomaba el desayuno. Salía de su casa un poco desanimado. Pero se había prohibido deprimirse más. Así que camino a la micro, escuchaba canciones de su celular, la mayoría alegres. La gente no se da cuenta, pero música alegre ayuda a tener días alegres o al menos eso pensaba, eso quería creer. Llegaba al trabajo, siempre un poco más temprano. Se fumaba un cigarro en la terraza, tomando un café de vainilla, buen dulce, nada de amarguras. Miraba toda la ciudad, que comenzaba a despertarse, comenzaba a respirar, a latir. Empezaba el trabajo, rutinario, sin importancia ya. Llegado el almuerzo, caminaba raudo hacia el restaurant de siempre. Saludaba a su amigo garzón y se sentaba en la misma de siempre. Era miércoles, así que comía el menú de los miércoles. La rutina, ja. Tanto tiempo odiándola, tanta gente agobiada para la repetición interminable de los días, por conductas casi invariables que van destruyendo la vida. Ahora sentía nostalgia, apego a la rutina como algo que se escapa entre los dedos. Cuando empezaba a pensar estas cosas, se paraba, dejaba el dinero en la misa y salía rápido, como escapando. Algo agitado llegaba al café de la esquina. Pedía un cortado exprés, y conversaba algunas palabras con la muchacha que lo atendiera, puras trivialidades, algo sobre el clima, quizás política o futbol. Se le hacía tarde. Volvía a la oficina, otro cigarro en la terraza y más papeleo. A las 6 y media se despedía de todos, de manera impersonal. Caminaba unas cuadras a la casa de ella, como todos los miércoles. Esa muchachita de ojos grandes, sonrisa fácil y pelo oscuro que había conocido hace algunos meses. Salían por la ciudad, se perdían en algún cafetín, mirándose de frente entre el humo, queriéndose. Salían cuando ya era de noche, se tiraban en algún parque a mirar las estrellas, las del cielo, y las de sus ojos. Compraban algo para beber, se reían por la calle, despreocupados. Llegaban a la casa de ella, a veces pasaban y bueno, hacían y deshacían el amor. Ya de madruga, cuando ella dormía perdida entre sus sueños, él se despedía con un beso silencioso en la frente, salía de la casa, prendía un cigarro y caminaba rumbo a su casa, feliz. Comía algo en el comedor de diario, tarareando el tipo de canciones que tararea la gente cuando está feliz. De pronto, de golpe, recordaba el papel pegado en el refrigerador. A propósito se iba rápido de la cocina, sin mirar y se acostaba, intentando mantener la sonrisa y negarlo todo. Luego de una hora de batallar consigo mismo, se paraba, para verlo con sus propios ojos, para creerlo nuevamente. Entonces prendía la luz, y volvía a leer las mismas palabras. Lloraba un poco, y las palabras daban vuelta por su cabeza, enfermedad terminal, muerte, un mes. Caminaba vencido hacia la cama, y dormía, intranquilo, hasta el otro día, donde intentaba lo mismo, ser feliz, mientras el tiempo se esfumaba, mientras terminaba para él, el último mes del calendario.

lunes, octubre 11

Quizas




Es un espacio, no un vació, no. Un espacio. Entre el no y el sí. Me gusta llamarlo quizás. Es un espacio pequeño, donde solo caben dos. Esta rodeado de prohibiciones, de imposibilidades, de contradicciones, de peligros. Pero allí esta, vive, resiste. En una eterna fragilidad, como un diente de león, listo para ser soplado, pero que resiste los embates del viento.

Y allí podemos soñar. Podemos escaparnos. Ser estrellas que dejan de brillar, para que nadie las vea. Ser momentos que escapan del tictac infinito del reloj. Es como si pudiéramos abrir el espacio con las manos, y pasar a las trastienda, a un no lugar. A veces, podemos ser música. Tono y melodía, entrando y saliendo de un saxo, rozando las orejas de despistados transeúntes. Uno que otro nos escucha, y se sonríe. Derepente somos Sol y Luna, y jugamos a perseguirnos, y nos aburrimos, y dejamos todo en penumbra, noche y día, mientras bailamos entre una multitud. Una vez, fuimos letras en una oración de un solitario poeta, pero nos escapamos de la métrica y el verso, para ser pintura en un mural de un callejón perdido en la ciudad. Una noche, fuimos hielo en un vaso de dos enamorados. Pero nos botaron, y en el pasto nos hicimos viento, y volamos con otras corrientes por la noche, teniendo el cuidado de no molestar a abuelos y niños, que son los que mas se resfrían por estas épocas. A veces, hemos sido solo nosotros, sonrientes, serios, profundos, infantiles, sensibles, inmaduros, fugaces, nosotros.

La gente reclama. Tantos quizás entre el no y el sí, tantos. La gente opina, que no puede ser, que no, que bla, bla bla. Pero aquí estamos y mientras, vivimos entres nuestros quizaces, hasta antes del no, hasta después del sí. Fuera del tiempo, lejos del espacio, abajo del cielo, encima del mundo. Amen.

domingo, julio 18

La casa se quema



La casa se quema. Ella se desnuda, pasa el jabón por su piel tersa, corre el agua por su cuerpo, como los manantiales bajando suaves por la cordillera. Peina su pelo, largo y negro como la noche. Pinta sus labios color rojo camersí, porque sus labios no son labios, son una rosa. Sus uñas, las repasa de morado oscuro. Delinea sus ojos, los ensombrece un poco. Se perfuma el cuello. El vestido negro cae sobre su cuerpo, como caen las estrellas del universo a la tierra.



La casa se quema. Los muebles arden, se retuercen, caen las fotos, caen las vírgenes, caen los adornos, cae todo. Ella camina. Sus tacos resuenan golpeando la escalera de madera que anuncia su bajada, como si el cielo tronara anunciando, con trompetas celestiales la venida de Afrodita. Toc, toc, toc, toc, toc, toc.



La casa se quema. Las cortinas se hacen polvo, los restos giran en el aire, danzando con la muerte el ultimo vals. Ella se mira. El espejo disfruta teniéndola allí, capturando su reflejo, atrapándola. Pero ella escapa. Pone el tocadiscos. Suena Miles Davids de fondo, jazz para acompañar la velada.



La casa se quema. Arden los sillones, se achurrascan, se empequeñecen, se hacen nada. Se rompen los vidrios, gritan, saltan, corren, se separan en millones de pedazos, millones de pedazos, millones de pedazos. Ella se sienta, al medio del comedor. Prende las velas azules, saca una flor negra del florero, y la pone en una de sus orejas. Y ya no se si es flor o pelo, pelo o flor, floripelo, peliflor.



La casa se quema. El tocadiscos ya no suena, ya no existe, la aguja solitaria yace en el piso, y ya no tocara más nada, no más Bach, no más Coltraine, no más Pink Floyd, no más nada, nada. Las alfombras se queman hilo por hilo, algodón por algodón, fibra por fibra. Los cuadros se transforman, el calor libera los colores, que esparcidos se burlan de los marcos y corren por las paredes, hasta el piso ardiente. Se caen las vigas del techo, arden y caen, golpean el piso, como un niño con rabia que golpea la mesa con el puño, pum, pum, pum. Ella destapa la botella, vino fino, que esperó solitario en roble, en apacible sueño y ahora juega en la copa de vidrio que ella sostiene en su mano. Prende un cigarro, de esos largos, finos, como sus dedos morados. Intenta pensar algo, no puede.



La casa se quema. Ya no queda nada, todo arde, todo se hace polvo, todo muere. Yo estoy parado en la puerta. Abro mis ojos, que están vivos, abro miz brazos, abro mi boca. La miro, me mira. La casa se quema, alcanzo a susurrarle. Ella llora. Llama a los comensales, que hablan, hablan, hablan, a su alrededor. Vamos, grito ahora. Las lagrimas negras de rimel caen de sus ojos. La casa se quema, pero ella dice que no puede salir. La casa arde, y ella se incendia, se queda quieta, se hace nada.



Y la casa se quemó. ¿Que queda? Polvo, polvo de estrellas.

sábado, febrero 6

Encontrar

¿Cómo llamar a este momento? Busco en mi cabeza, como un ciego en la oscuridad entre adjetivos, verbos, sustantivos, intento sentirlos, sentir sus contornos, sus siluetas, los abrazo, lloro junto a ellos, los desecho, los vuelvo a tomar.

Escape quizás. Pero en el fondo se que no, que es imposible escapar. Se puede pretender esconderse debajo de las sabanas o en el seno materno con los ojos cerrados intentado que todo pase, pero todo intento de escape es estéril, imposible. Ni aunque viajes a la Luna, o al rojo Marte, o a la Ciudad del Sol. Cuando lo temido vive dentro de ti, cuando el rol del malo de quien corres como víctima despavorida es interpretado por ti mismo, cuando aquello que te separa de la felicidad vive en ti. No, no puedes jugar a las escondidas, porque uno no se puede esconder de si mismo, por mucho que lo quiera. Aunque rompas los espejos, agites al agua, evites las fotos, tu eco resuena en ti mismo hasta romperte los tímpanos.

Entonces quizás, la palabra correcta, lo mas adecuado, es llamar a esto un viaje. Pero en verdad no, porque un viaje implica una ida y un retorno, un punto de inicio y un punto de llegada. Un viaje (excepto el ultimo de todos) siempre implica un retorno. Y no, este instante, este momento, no puede ser un viaje porque es sin retorno posible. Es donde comienza el momento decisivo, la ultima oportunidad, el desenlace de este teatro llamado vida. Y si todo sale bien, quien vuelva ya no seré yo, al menos no una parte. Y si fallo, tampoco volveré a ser yo, será el triunfo de los fantasmas, la perdida de la esperanza, el fin dé toda posibilidad de salvación.

Creo que hablo por hablar, porque siempre he sabido que es este momento y que significa. Esto es un búsqueda, intentada hace mucho tiempo sin éxito, prometida y juramentada muchas veces de manera mentirosa. Pero esta vez pareciera ser distinto, pareciera que los matices son distintos, que el sol brilla y apunta a un camino favorable, que el destino esta vez posa su mano sobre mi hombro. Ahora solo queda ponerse a caminar, hasta que por fin sea el momento de encontrar. 

Hasta entonces

''Los únicos regalos del mar, son golpes duros, y ocasionalmente la chance de sentirse fuerte. No conozco mucho acerca del mar pero sé que así es. Y también sé, lo importante que es en la vida no necesariamente ser fuerte, sino sentirse fuerte. Medirse uno mismo aunque sea una vez. Encontrarse una vez aunque sea en las más primitivas condiciones humanas. Enfrentando la ceguera y la sordera solo, sin nada que te ayude excepto tus manos y tu propia cabeza ''

 

lunes, enero 4

Textos Abortados I. - Nadie pudo hacer nada.


El frio de esa tarde era típico de nuestra ciudad. Típico de los días después de la lluvia, donde la mayoría de las personas se acuestan con un guatero (con uñas para los afortunados, con agua para el resto). Pero Gabriela, a pesar de sus 80 años, nunca le hizo el quite al frio ni lo haría ahora tampoco porque el aire frio en su cara le daba la sensación de vida, la hacía despertar. Salió a la pequeña terraza de su departamento lista para tejer aquel pequeño chal verde que hace semanas había empezado para su sobrinito. Vivía sola (ni un perro tenia porque nunca le gustaron los animales) pero no se arrepentía, porque había disfrutado siempre. Mantenía el candor café de sus ojos, su metro sesenta había disminuido un poco y mantenía su esbelta figura que ahora estaba un poco arrugada por el uso natural que le da a su cuerpo una mujer apasionada. Observó que las nubes se movían poco, estaban casi detenidas cansadas de tanto llorar quizás o de tanto mirarnos sufrir (o vivir que es lo mismo). La tarde estaba rojiza cálida, como aquellas de hace tantos años en su querida Concepción. Mientras tejía comenzó a mirar desde su pequeña terraza a Santiago. Más que mirar, comenzó a recordar y más que eso, comenzó a revivir, como rompiendo todas las barreras del tiempo indómito e intransigente, como protagonista de una película que ya había vivido, narrada por el mismo Galeano y con maravillosas interpretaciones de Fito para la banda sonora (y por cierto con una que otra incrustación de flamenco con baile y zapateo incluido). Recorrió como tantas veces su querida Providencia, partiendo en Pedro de Valdivia con Hernán Cortez, en la calle de ese primer amor que por miedo y confusiones no siguió adelante. Les gustaba caminar, tomados del brazo, conversando de todo y nada. Se transporto ha aquella vez que trabajo en Providencia atendiendo la librería de su padre, que era un ejemplo de negrero (está bien, no le pagaban con fichas pero aun así era una miseria de paga para todo lo que hacía). Y como olvidar aquella tarde en Manuel Montt, cuando fue de las primeras privilegiadas en caminar por el nuevo paso peatonal aun en periodo de prueba o cuando se junto con aquel querido amigo, como se llamaba… Camilo, Claudio… Carlos, Carlos era su nombre. Como olvidarlo, esa mirada tierna, tez morena, comiendo papas fritas, tomando cerveza y mirando los autos pasar desde los asientos del Schopdog. Luego del incidente con la amigovia de él, miro sus ojos tristes, ambos caminaban por aquella oscura calle y entonces se besaron. Bueno, la verdad fue ella quien inclino sus desgastados zapatos para posar sus tibios labios sobre los de él.


En Santiago de noche hace frio. Pero no es un frio agresivo, sino más bien cálido. La vecina fue quien encontró a la Abuelita Gayi (como le decía por cariño) mirando las estrellas sentada en su mecedora, con el tejido encima y completamente rígida. Entonces llamó a la ambulancia, que tuvo que derribar la puerta para entrar al departamento. Intentaron reanimarla pero Gabriela no quiso volver, prefirió quedarse caminando por las calles de Providencia con Carlos, conversando de cualquier cosa, riendo, siendo felices. Decidió quedarse en sus recuerdos, para siempre y nadie pudo hacer nada.