lunes, enero 4

Textos Abortados I. - Nadie pudo hacer nada.


El frio de esa tarde era típico de nuestra ciudad. Típico de los días después de la lluvia, donde la mayoría de las personas se acuestan con un guatero (con uñas para los afortunados, con agua para el resto). Pero Gabriela, a pesar de sus 80 años, nunca le hizo el quite al frio ni lo haría ahora tampoco porque el aire frio en su cara le daba la sensación de vida, la hacía despertar. Salió a la pequeña terraza de su departamento lista para tejer aquel pequeño chal verde que hace semanas había empezado para su sobrinito. Vivía sola (ni un perro tenia porque nunca le gustaron los animales) pero no se arrepentía, porque había disfrutado siempre. Mantenía el candor café de sus ojos, su metro sesenta había disminuido un poco y mantenía su esbelta figura que ahora estaba un poco arrugada por el uso natural que le da a su cuerpo una mujer apasionada. Observó que las nubes se movían poco, estaban casi detenidas cansadas de tanto llorar quizás o de tanto mirarnos sufrir (o vivir que es lo mismo). La tarde estaba rojiza cálida, como aquellas de hace tantos años en su querida Concepción. Mientras tejía comenzó a mirar desde su pequeña terraza a Santiago. Más que mirar, comenzó a recordar y más que eso, comenzó a revivir, como rompiendo todas las barreras del tiempo indómito e intransigente, como protagonista de una película que ya había vivido, narrada por el mismo Galeano y con maravillosas interpretaciones de Fito para la banda sonora (y por cierto con una que otra incrustación de flamenco con baile y zapateo incluido). Recorrió como tantas veces su querida Providencia, partiendo en Pedro de Valdivia con Hernán Cortez, en la calle de ese primer amor que por miedo y confusiones no siguió adelante. Les gustaba caminar, tomados del brazo, conversando de todo y nada. Se transporto ha aquella vez que trabajo en Providencia atendiendo la librería de su padre, que era un ejemplo de negrero (está bien, no le pagaban con fichas pero aun así era una miseria de paga para todo lo que hacía). Y como olvidar aquella tarde en Manuel Montt, cuando fue de las primeras privilegiadas en caminar por el nuevo paso peatonal aun en periodo de prueba o cuando se junto con aquel querido amigo, como se llamaba… Camilo, Claudio… Carlos, Carlos era su nombre. Como olvidarlo, esa mirada tierna, tez morena, comiendo papas fritas, tomando cerveza y mirando los autos pasar desde los asientos del Schopdog. Luego del incidente con la amigovia de él, miro sus ojos tristes, ambos caminaban por aquella oscura calle y entonces se besaron. Bueno, la verdad fue ella quien inclino sus desgastados zapatos para posar sus tibios labios sobre los de él.


En Santiago de noche hace frio. Pero no es un frio agresivo, sino más bien cálido. La vecina fue quien encontró a la Abuelita Gayi (como le decía por cariño) mirando las estrellas sentada en su mecedora, con el tejido encima y completamente rígida. Entonces llamó a la ambulancia, que tuvo que derribar la puerta para entrar al departamento. Intentaron reanimarla pero Gabriela no quiso volver, prefirió quedarse caminando por las calles de Providencia con Carlos, conversando de cualquier cosa, riendo, siendo felices. Decidió quedarse en sus recuerdos, para siempre y nadie pudo hacer nada.

3 comentarios:

Carla C. Marchant dijo...

cómo hacemos para que no se nos olvide nada?, ojalá nunca sea tarde para recordar y sonreir :).

te quiero Axel, aqui estoy, por lo general, en todas partes

Gonzalo Maruri V. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Nicolás dijo...

Sabes que se me hizo fácil predecir que pasaría, pero sin embargo tengo el nudo en la garganta de todas maneras. Me fascinó ^^.

:)