domingo, diciembre 13

Culpable


Me siento confuso, aturdido, extraño. Siento que no puedo pensar con claridad las cosas y eso me molesta. El aire entra turbio a mis pulmones y me dan nauseas. Todo está borroso. Estoy sentado, apoyado contra la pared, en la esquina de mi pieza. No siento mi cuerpo, estoy inmóvil, con la mirada perdida. La luz tenue del velador apenas me permite ver. Siento sangre en mi boca y ese sabor me recuerda a mi infancia, quizás por mi vieja costumbre de chuparme las heridas. La ventana deja entrever una noche oscura, sin luna, sin estrellas, sin nada. Y aquí estoy. Frente a mí, puedo ver a mi esposa. Esta con ese vestido de flores que le compré en Ipanema, en aquellas inolvidables vacaciones de sol y amor. Es la mujer de mi vida. Pero ahora esta pálida, tendida, con la mirada perdida. Esta muerta. Quiero gritar pero todo sonido parece estéril, mi voz muere en mi garganta y no se proyecta. El teléfono está en la cocina, y no me puedo mover. Debería llamar a la policía, pero en todo caso no puedo y tampoco quiero. Nunca me han gustado los policías, menos los tiras. Sus miradas frías me traen desconfianza y miedo. Estoy sudando helado, por montones. No puedo llorar, no puedo sentir. Solo tengo esta tranquilidad absurda. Y allí esta ella, el amor de mi vida, muerta para siempre. No entiendo como alguien puede hacer algo así, sobre todo a ella, una criatura tan buena, tan hermosa, tan noble. Y lo peor es que no fue una vez, tiene marcadas las puñaladas en la cara, en el pecho y en el estomago. Quisiera sentir rabia, una rabia furiosa, que me diera fuerzas para salir de aquí, para buscar al culpable, para matar a ese hijo de puta. Pero no puedo.


Comienza a amanecer, y sigo aquí. Estoy atrasado y debería estar camino al trabajo. No puedo creer que piense en algo así con todo esto, con mi amada muerta. Me pregunto ahora si existirá Dios, o Ala, o Buda, o lo que sea. Me pregunto si la volveré a ver. Si es así, le pediré perdón por no acompañarla a comprar el regalo a su madre. Y por no ayudar nunca en el aseo de la casa. Y por tantas cosas. A veces no entiendo como alguien como ella me pudo querer. La luz del tibia sol comienza a entrar al departamento. Las manchas de sangre esparcidas por todo el lugar se dejan ver. Comienzo a recobrar mis fuerzas, a pensar con más claridad. Puedo mover los dedos de los pies, siento mi lengua y mis ojos ven con mayor claridad. Tengo que levantarme pero y ahora que. Para que seguir, para que vivir sin ella, sin sus besos, sin sus caricias, sin su comprensión, sin nuestra vida. Solo algo me puede mover a vivir ahora y es la venganza. Encontrar al culpable, al que hizo todo esto y darle un fin, una muerte dolorosa, angustiante. Eso es, eso voy a hacer.


Fue entonces cuando el hombre desvió levemente sus ojos hacia su cuerpo, para darse cuenta de que en su mano derecha sostenía un cuchillo, cubierto de sangre, la sangre de ella, la mujer que amaba.


2 comentarios:

Carla C. Marchant dijo...

muchas veces, dañamos o destruimos lo que amamos... y es inevitable, nosé por qué lo hacemos, si para protegernos o protegerlos, supongo que todo es relativo...

Gonzalo Maruri V. dijo...

Si amas algo... déjalo libre