sábado, octubre 4

Don Carlos y la rubia

Las ciudades no se componen de edificios, ni de cemento, ni de parques, ni de plazas, ni de gente. Las ciudades las hacen los personajes especiales, aquellos únicos e inigualables.

Don Carlos es uno de estos. Se le puede ubicar en los parques por la mañana, vestido con un elegante traje de seda, impecables zapatos negros y su infinita sonrisa mientras de su generosa mano da de comer a las palomas. Su nobleza es tanta, que hasta el hambre de las palomas le preocupa. Alimenta también a los perros y gatos de las plazas de su querida comuna de Ñuñoa. Los baña y los abraza. Pero su bondad no termina allí, porque no solo es un amante de los animales, también es un gran amigo de sus amigos. Todos los días de la semana invita a uno de sus fieles amigos de vida a comer al restaurante de siempre, ese tan elegante (y presumiblemente caro) pero para él el dinero no es un problema cuando es para compartir, para hablar de la vida, para sonreír. Por la gran carrera de juez que llevo, su buena jubilación y ahorros que tiene el tema dinero no es una preocupación. Sus amigos lo adoran, jamás le rechazarían una invitación porque nadie habla ni escucha mejor que don Carlos. Hasta los garzones y el dueño de lugar se sientan a escuchar las historias y consejos de este sabio hombre.
Por las tardes vuelve a su departamento, y siempre es visitado por algún hijo, nieto, bisnieto, primo, etc. Es que ir a ver a Don Carlos es un panorama familiar, todos disfrutan, ríen, aprenden, los niños incluso prefieren estar con el que jugar con videojuegos o ver la televisión. Y los papas de los niños felices por todas las lecciones que él les enseña a sus precoces hijos.

Pero si todos supieran…

Que don Carlos no vive solo. Que cuando todos se van, y queda solo aparece un nuevo personaje, producto de una metamorfosis de las menos románticas que cualquiera que hubiese sido escrita antes. Don Carlos desaparece, para dar paso a la peluca rubia, el corsé rojo, los rellenos de silicona, las pantis negras, los zapatos rojos con taco algo. Todos salían de ese cajón oculto danzando por la bella casa de Don Carlos, que no estaba más. Aparecía en su lugar su antítesis, la antagonista infaltable de todo cuento. Una rubia, de las peores que existen. Con pésimas costumbres, vestimenta exageradamente provocadora, pasa rauda por las plazas de Ñuñoa hacia la esquina de siempre, esquiva a los perros y gatos, no tiene amigas ni amigos, solo se limita a pararse y fumar, hasta que pase un auto. La rubia ofrece sus servicios, se sube al auto, 5 horas después y cuando el sol recién asoma en Santiago, es dejada en la misma esquina, intacta pero con un poco menos de dignidad y un poco mas de dinero.
Luego la rubia camina hacia la casa de Ñuñoa, se quita la peluca, las medias, los zapatos y los mete en aquel cajón secreto de la elegante casa, luego se da una ducha, y se pone el traje de seda, los zapatos impecables y se cepilla los dientes para obtener la sonrisa infinita de siempre. Toma la bolsa del alimento de las palomas, y sale a la calle a continuar con la farsa de todos los días, pero a sabiendas de que cuando caiga la noche dará rienda suelta a sus más bajos instintos, y así hacer feliz a sus dos mitades, Don Carlos y la rubia.


No somos buenos ni malos, solo somos

2 comentarios:

natyn dijo...

vuelve a escribirrrrr

Gonzalo Maruri V. dijo...

Vuelve a escribir!!!! Niño estressss